nº 79 viernes. 7 de abril de 2004

Nos vamos. En apenas unas horas empiezan nuestras vacaciones de Semana Santa. Algunos trabajareis mañana y otros afortunados llevan toda la semana tumbados al sol. En "viernes" no hemos querido faltar a nuestra cita semanal y entre procesión y procesión o entre chapuzón y vuelta y vuelta al sol, seguro que hay tiempo para la poesía, el cine, la literatura y la cocina.

MORIR SIN EXTRAÑEZA
La melancólica belleza de la tarde
me inunda con su luz extraña.
Canta la vida un himno soñoliento,
una delgada música secreta,
y navega por ella un vago anhelo.
Miro la luz arrodillada y mansa,
su melena dorada entretejida
con el verde susurro de los árboles.
Flota en el aire un lento acabamiento,
un acorde aromado de misterio.
La luz palpita, parpadea absorta,
se distribuye ecuánime y paciente
como un río de miel que se desboca,
que no quiere morir con estridencia.
Suena el tiempo en la tarde que agoniza
y los pájaros vuelan indecisos
mientras la luna brilla transparente
anticipándose a un ocaso tardío,
a un poniente que duda y que no acaba
de hundir al sol en su dorada tumba.
 
 
Hay en el aire un cándido abandono,
un aliento pausado, una promesa
de retorno, de vuelta a la alegría.
Miro la lentitud del tiempo apaciguado
en las olas de sombra que humedecen
la orilla de una playa sin fronteras,
una playa que va desde la vida hasta la vida,
un mar de tiempo siempre amaneciendo.
Todo calla y palpita sin destino,
como el cielo y el mar o como el alma.
Todo vive obligado por la vida,
sin causa, sin remedio, inútilmente.
Todo vive para morir sin extrañeza
sin renegar de su corto vivir,
sin miedo a que la sombra no se acabe,
a que se muera el día para siempre.
Todo se apaga amablemente, mientras
huele la noche a madreselva
y allá, en La Antilla, a la orilla del mar
- como un milagro -
la anciana araucaria reverdece.
Francisca Aguirre. Playa de la Antilla, Lepe (Huelva)


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