nº 71 viernes. 13 de febrero de 2004

Arizona, está llena de referencias cinematográficas que nos trasladan a maratonianas sesiones vespertinas los sábados de nuestra infancia y adolescencia frente al televisor. Con la curiosidad que despierta esa amplia y solitaria llanura de tierra árida, sólo interrumpida por cactus gigantes y curiosas formaciones rocosas de color rojo, nos acercamos hoy al escenario imaginado de nuestras aventuras infantiles.
ARIZONA, OBRA DE LA NATURALEZA
No son aún las siete de la tarde y el cielo ya se tiñe de rosa. Camino hacia un alto entre las rocas, desde dónde se divisan las siluetas de los ocotillos y los cactus a contraluz, recortando la luz del atardecer. Detrás de mí, la luna llena empieza a adueñarse del cielo. Las aves matutinas cantan vísperas, las nocturnas sus plegarias. Si se callaran, el silencio sería estremecedoramente profundo. Las llamas del sol se extinguen en el horizonte y en lo alto, Sirius empieza a brillar. Justo en ese momento, muy cerca de dónde estoy, un coyote lanza su escalofriante aullido. Es la voz del desierto.
Paz Mata

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