nº 86 viernes. 27 de mayo de 2004

Al sur del Océano Índico surge Madagascar que, desgajada de Africa, es un inmenso laboratorio natural, donde se refugian los antepasados de los monos, los lemures y dónde las selvas abarcan miles de hectáreas en un ecosistema privilegiado.
MADAGASCAR, EL ESLABÓN PERDIDO
Llegué a la atmósfera molesta de Antananaribo, la capital de nombre demasiado largo apodada Taná, llegué, digo, en la estación en que todos los días el cielo se oscurece, las nubes se hinchan y descargan en unos minutos toneladas de agua, con la violencia habitual de los aguaceros tropicales. Son cuatro meses de lluvia, de noviembre a marzo, que desordenan el paisaje, ensombrecen los tonos, saturan los colores. Todo parece volverse blanco, desmoronarse. Estas lluvias, que debieran ser purificadoras, benéficas, tienen algo de sombrío, vuelven inquietante el entorno. En las ciudades del interior las calles se transforman en torrentes de lodo, las casa malgaches de madera oscura se empapan, se hacen más brillantes, aún más tétricas. Quizá sea ésta la estación más excitante de Madagascar. Lástima que no sea también la más fácil. Las lluvias convierten los senderos en viscosas cicatrices rojas, totalmente impracticables. El verano es más sencillo, pero el paisaje se decolora un poco, se vuelve polvoriento y recalentado.
Lucio Valetti

2 comentarios:

Ana dijo...

Me ha gustado mogollón...

Maria Tello dijo...

La foto publicada de Madagascar es preciosa y no encaja desde luego con la descripción un poco sombría que haces de Madagascar.
Yo estuve allí en el mes de marzo y desde luego tuve otra impresión totalmente diferente. Siempre soleado, cielos azules y claros como el de la foto y eso sí, caminos empolvados y arenosos, las carreteras brillan por su ausencia. Tuve la suerte quizás que no me llovió ningún día de los 15 días que estuve, y me pareció un sito por descubrir.
MT