Italia es un país marcado por la abrumadora presencia de sus
monumentales ciudades de fama mundial. Pero hoy nosotros viajamos por "la
otra Italia" plagada de pueblos y paisajes por descubrir.
LA OROGRAFÍA DE LA BELLEZA
Si la belleza fuera sólo un accidente geográfico, tal vez
habría que buscarla en Sorrento, en Amalfi, o en Positano. Y si hubiera que
encontrar un modo de evitarla, tal vez el más certero sería amarrarse al mástil
como hizo Ulises, tras taponar los oídos de toda su tripulación. Porque a estas
tres localidades italianas -dicen- hay que llegar por mar. Así lo hicieron
Nietzsche, Goethe o Ibsen.
Desde el horizonte azul, Amalfi parece una casa de muñecas. También Sorrento. Allí, fueron a morar las Sirenas tras la humillante derrota que les infligieron las Musas. Y desde allí entonaban su poderoso canto para atraer a los marineros, como Ulises o Heracles, hacia la muerte, hacia la costa pedregosa. Hoy, ese escarpado litoral, ese paisaje agreste con fragancia a cítricos, esos vertiginosos acantilados que se asoman al mar más legendario, siguen ejerciendo la misma ineludible atracción que en el pasado.
Desde el horizonte azul, Amalfi parece una casa de muñecas. También Sorrento. Allí, fueron a morar las Sirenas tras la humillante derrota que les infligieron las Musas. Y desde allí entonaban su poderoso canto para atraer a los marineros, como Ulises o Heracles, hacia la muerte, hacia la costa pedregosa. Hoy, ese escarpado litoral, ese paisaje agreste con fragancia a cítricos, esos vertiginosos acantilados que se asoman al mar más legendario, siguen ejerciendo la misma ineludible atracción que en el pasado.
De vez en cuando, la bruma se apodera de los acantilados de
Positano, y apaga las fachadas granates, rosas, blancas y vainilla de las casas
que cuelgan de la montaña. Desde abajo, desde la orilla, aun en los días nebulosos,
brilla intensamente la cúpula de teselas amarillas y azules de la Colegiata de
Santa María Assunta, que data del siglo XIII. A sus pies, en la playa, se
amontonan las barcas y redes de los pescadores, entre bañistas y dos o tres
gaviotas.
Amalfi es un lugar donde florece el limonero, un pueblo
auténticamente italiano y marinero, de callejuelas empinadas y anónimas, en el
que se confunden despistados turistas con la gente local. Una gente que hace su
vida sin ostentaciones aun a sabiendas de que si la belleza fuera un accidente
geográfico se encontraría aquí, en Amalfi, o en Sorrento, o en Positano.
María Fluxá
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