nº 97 viernes. 13 de agosto de 2004

Hace justo un año por estas fechas algunos lectores de viernes" navegábamos por las Antillas menores en lo que fue una aventura apasionante. Ha habido varias tentativas para contaros el viaje que no han cristalizado, quizá porque nadie se atrevía a resumir esos 11 días de navegación en los que vivimos experiencias de lo más diverso, en paisajes que se asemejaban a los escenarios de nuestros sueños.
El texto de hoy es el relato de alguien que vivió un viaje como el nuestro, es un poco largo, aunque merece la pena dedicarle un ratito. Por eso no lo he cortado, porque es muy interesante y te acerca a las sensaciones que tuvimos nosotros.  
EL RELATO
La actividad de navegar junto con la llegada a las Granadinas son los únicos dos elementos que pueden inspirar una parada en el tiempo, en toda su dimensión. El largo invierno ahoga nuestra imaginación. Experimentar una sensación o sentimiento nuevo a lo largo de los fríos meses es bastante inusual. Para los que el mar es nuestro medio, al embarcarnos, de nuevo nos invade una sensación de vuelta al hogar, a las raíces, a nuestros orígenes.
Emprendemos viaje con ciertos nervios... amigos de siempre....amigos nuevos que surgen...amores que despiertan. El aeropuerto también esconde su magia, como el preludio de cualquier nueva aventura. Disfrutar las horas previas tiene su aprendizaje.
Llegar a este punto ha costado bastante esfuerzo, coordinación y liderazgo.
Volamos muchas, bastantes horas. En el viaje de ida nunca son demasiadas.....y por fin, en el pantalán de Martinica, con mosquitos comiéndonos hasta las entrañas percibimos de nuevo la magia del mar, como cada verano, la esencia de la ilusión del invierno. Aún así sabemos que el viaje solo acaba de comenzar pero que también tocará su fin. Martinica al fin y al cabo, no deja de ser una prolongación de la civilizada Francia, eso sí, con cierta dosis Caribeña y con habitantes bastantes más relajados. Dotamos a nuestro nuevo hogar de todo lo necesario, comida, bebidas, y demás antojos individuales que a estas alturas del viaje se permiten y partimos.... rumbo a Santa Lucía.
Los delfines nos acompañan en la travesía aportando cierta frescura al día que ha decidido amanecer oscuro. La tripulación comienza a desestresarse tocando su cenit a la llegada a la enorme playa esmeralda que será nuestro refugio los próximos dos días. Los indígenas nos dan muestras claras del poco valor que tiene el tiempo en sus vidas y lo mucho que significa para los que disfrutamos de este viaje. Bañitos, comidas ricas, ricas con productos del mar e imaginación a falta de recursos, excursiones por la selva, negociaciones interminables en la compra de atunes recién capturados. Y seguimos nuestra ruta, rumbo a Bequía.
Bequia prometía y cumplió. Los reencuentros con la tripulación de nuestros barcos acompañantes empiezan a tomar cuerpo. Los encuentros sociales a la luz de la luna, en las fiestas caribeñas, en los restaurantes, dan ambiente adolescente a los que ya empezamos a cumplir años. La magia del Caribe sigue siendo el timón de nuestro estado.
Y van pasando los días. Se producen embarcos y desembarcos de nuevos aventureros que se suman a nuestro ritmo. Seguimos nuestra ruta hacia la isla de Unión. Las misiones están adjudicadas y el trabajo se acumula. Repostar, limpiar la cubierta, recoger las numeras camisetas y bañadores acumulados en cabina a lo largo de la travesía. A pesar de convivir en pocos metros existe una cierta armonía que nos hace cómplices. Compartimos momentos de autismo y aislamiento, lecturas y partidas de mús, copas al atardecer en vaso común, últimos baños a la luz de la luna, excursiones de buceo compartida con depredadores, pesca, momentos de mujeres, y momentos de hombres, alegrías y bailes en la cubierta, conversaciones que Madrid permite tener, amistades que parecían haberse olvidado, Alfa Blondie y Maita Vende son nuestros fieles compañeros. Nos asusta que pasen los días .... ninguno quiere volver. Seguimos hacia la isla de Mayreau y Canouan. A pesar de ser difícil clasificar cada día y cada isla todas tienen sus diferencias. El único denominador común es la soledad de sus playas. No compartimos viaje con otros turistas, no hay prácticamente infraestructuras hoteleras en las Granadinas, ni carteles luminosos que anuncien actividades para los despistados. En este viaje nos hemos convertido en locales y así nos lo hemos creído, adaptándonos a sus comidas, sus salidas y sobre todo su ritmo.
Y siguen pasando los días, sin saber si es lunes o viernes, si pescaremos o no para la cena, y si nos llegará el agua potable. Nada importa demasiado porque todo adquiere la dimensión que le corresponde. Estamos a punto de finalizar el viaje: tan solo nos quedan tres islas más, St Vincent, St Lucía y Martinica. Hemos dejado las Granadinas atrás pasando horas de tensión: cola de huracán que casi nos hace retroceder, lesión en el hombro de una tripulante... Las provisiones se van agotando... el estado de ánimo decayendo. Los últimos días de estas largas travesías suelen anticipar la despida. La sensación de ¡ya no quedan días! te hace no disfrutar de las últimas horas.. y eso fue lo que ocurrió... la vuelta trajo el desasosiego de saber que habrá que esperar otro largo año... las horas de avión se convirtieron en meses, las miradas se cruzaron intentando reforzar las raíces, y los mas activos organizaron encuentros en Madrid.. al día siguiente, o quizá más tarde pero el caso es poder compartir lo último que nos queda... las fotos... esas fotos maravillosas que ocupan un lugar privilegiado en nuestras casas, que son compartidas por otros amigos que no pudieron acompañarnos o simplemente son menos afines al mar...esas fotos que miramos de nuevo en invierno esperando que llegue el verano, para poder compartir otra experiencia parecida que nunca será igual... el año que viene será Cuba, o quizá Sicilia, o las islas Griegas... lo debemos decidir... pero las Granadinas ya están registradas en nuestros pensamientos y no se pueden escapar... que pena los que no otorgáis a vuestras vidas la experiencia de vuestras vacaciones navegando en el inmenso mar, con sus islas y pueblos aislados, su fauna misteriosa, su despertar
silencioso y apacible, su desafiante enfado si se le provoca, su sentimiento, casi divino.

1 comentario:

Laura dijo...

qué chulada de viaje!!