India

La India me enseñó que en la vida todo es posible.
Que la diversidad enriquece el alma, que el mundo es lo que quieres que sea, que la antigua sabiduría de los vedas tiene validez universal y va más allá del tiempo, que las tradiciones son un tesoro en peligro de extinción, que la sonrisa de un niño puede derretir los corazones, que la grandeza de la naturaleza es la escuela más sabia, que la búsqueda de Dios es el gran anhelo del hombre, que la mujer, la madre, la esposa, es el motor de la vida en este hermoso país, que somos lo que comemos y que merece la pena prestar atención a la dieta.
Que la vida es un constante fluir que no debe detenerse, que existen infinidad de olores y sabores inimaginables, que la calidad de vida no depende de la abundancia, que existen hombres y mujeres en niveles de conciencia elevadísimos, que la paciencia y la perseverancia son las más importantes de las virtudes, que el hombre es capaz de soportar el máximo sufrimiento.
Que sus paisajes de ensueño evocan tiempos gloriosos, que la tolerancia y la no-violencia son principios reales en este país, que la superstición y el ritualismo excesivo se entremezclan con la más sutil y refinada espiritualidad, que el colorido de los saris, de las especias, de los mercados y bazares inundan la mirada provocando la sonrisa.
La curva mística

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