El agua corre enfurecida a tus pies, chocando y revolviendose, descendiendo hacia el mar, destino de todo río. La pradera te rodea, agradable verde, fragante, con ciervos paciendo silenciosamente. Es una pradera como cualquier otra, con pinos Ponderosa altos y viejos, de un tono rojo oxidado, cuyo tronco, dentado y tosco, huele a vainilla: nada extraordinario. Es un paisaje hermoso pero no exótico. De repente mirás hacia arriba y lo ves, allí en lo alto. Te ves rodeado por inmensas paredes de granito gris, algunas de las cuales pueden alcanzar los mil metros. Cataratas se lanzan endiabladas desde los precipicios hacia los ríos del valle. El sonido, el color, el aroma y el movimiento invaden tus sentidos, y entonces sabes que ese sitio no es ordinario.
Robert J. Moore, Jr
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