El bajo, ondulado paisaje irlandés despierta mojado y sereno, misteriosamente pacífico tras la salida del sol. Una artillería de nubes densas proyecta sombras geométricas sobre prados, colinas y bosques. La bruma asciende lentamente desde valles y hondonadas. Libre de la mirada del hombre y de su perturbadora actividad, el campo respira una vida intemporal para la que el lenguaje resulta insuficiente.
Un viajero leería en este paisaje como en un libro. El mosaico irregular de lagos, ciudades antiguas, de tumbas subterráneas y extrañas cruces de piedra, de torreones redondos y castillos desgastados, de terrenos lunares y bulliciosas catarátas es una representación pictórica del sabio acuerdo al que han llegado sus gentes con la naturaleza. De la armoniosa relación que han entablado entre sí pese a muchos años de abandono. Y que revela dignidad, decoro y buen gusto. Amparo Balaguer
Un viajero leería en este paisaje como en un libro. El mosaico irregular de lagos, ciudades antiguas, de tumbas subterráneas y extrañas cruces de piedra, de torreones redondos y castillos desgastados, de terrenos lunares y bulliciosas catarátas es una representación pictórica del sabio acuerdo al que han llegado sus gentes con la naturaleza. De la armoniosa relación que han entablado entre sí pese a muchos años de abandono. Y que revela dignidad, decoro y buen gusto. Amparo Balaguer
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